No es fácil, hay días que te derrota el espejo, de entrada y de buena mañana. Sientes que el tiempo pasa y no pasa nada. Rutina, una tras otra.
Son momentos en el baño, bajo la ducha donde muhas veces se mezcla las lágrimas con el agua que resbala por tu cara. Suele suceder que me pase veinte minutos o media hora lamentando errores, malos pasos. Solo ese tiempo porque el día está programado.
Mientras me maquillo suelo suspirar, ese día en el arreglo pongo especial cuidado, de hecho sé que serán inevitables los comentarios de las compañeras en el trabajo de que si tengo una cita o algo importante que me espere fuera. No, es un recurso, una estrategia. Un buen aspecto, un bastón para sujetar un día que amenza derrumbe, los apuntalamientos del ánimo cuidadosamente elaborados se desplazan y tiembla la estructura. Pero todo pasa, demasiados quehaceres, demasiadas cosas que hacer y sabes que tarde o temprano ese día pasa. Vendrá otro y ahí si funcionan las defensas, el espejo será aliado y aunque llueva sabes que ese día estará lleno de luz, iluminado por la esperanza.
Esa siempre está ahí, cada día. Renovada.
Como cada manecer, siempre nuevo.
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